La fiebre mundialista ha mostrado que estamos en el momento de una importante distancia entre los debates de la sociedad y los del ámbito de la dirigencia política, o al menos respecto de los que se expresan en los medios de comunicación masiva.
Muchos destacan que el campeonato del mundo obtenido por la selección mayor de fútbol generó una más unión entre los argentinos. Hay analistas que hablan de un momento liminal, inclusive.
Al respecto, el mundo de la política ha tratado de apropiarse discursivamente de la selección y de sus lecciones morales, destacando la importancia del trabajo en equipo, de la unidad, la perseverancia, el liderazgo, etc. Sin embargo, la política chocó contra la realidad más cruda del triunfo. El festejo masivo desbordó toda capacidad de planificación e intervención del Estado en todos sus niveles jurisdiccionales. Como no podía ser de otra manera esto estalló dentro de la lógica de la dinámica política argentina, es decir, en términos de la “grieta”.
Los hechos ocurridos alrededor del recibimiento y los festejos fueron eje de disputa de las dirigencias, que actuaron en sentido diametralmente opuesto a la unidad. En ese marco, la apuesta discursiva de los principales dirigentes se centró inmediatamente en la lógica de ataque y defensa.
No podemos dejar de pensar esto en términos de la política a corto plazo y de dónde nos ubicamos o se ubicarán nuestros gobernantes, ¿Y la oposición? ¿En un modelo que inspira y que le da a su pueblo un poquito de felicidad en medio de tanta desazón para algunos? ¿O tomarán nota de lo sucedido y ese mensaje que nos llega desde el fútbol o desde un equipo que jugó valga la redundancia en equipo y con dos liderazgos claros que pudieron convivir y potenciarse?