Este domingo asistimos a una de las batallas más anunciadas de la pulseada electoral con el festejo libertario y la desazón del oficialismo porteño. Pero es imposible no escuchar el silencio elocuente de las mayorías en la elección con menor participación en la historia de la Ciudad. Además del ausentismo, tenemos que mencionar el panorama de fragmentación de la oferta electoral que estuvo distribuida en 17 listas.
En estos párrafos queremos evitar caer en la lectura simplista que pone al Presidente Javier Milei como el gran ganador del 18 de mayo en la Ciudad de Buenos Aires. Aunque tampoco es nuestra intención quitarle mérito al comando de la campaña libertaria que apostó con éxito a la nacionalización y polarización de la elección porteña.
Con el 53,5% de participación electoral esta elección marca un hito para la ciudad, siendo el nivel de asistencia más bajo de su historia. Si calculamos sobre la base de los electores nacionales (cómo lo hacía la autoridad electoral porteña hasta 2023) se trata de un ausentismo del 59%. En cualquiera de los casos está muy por debajo del 69,7% del año 2003. Estamos ante un fenómeno generalizado a nivel nacional, con un porcentaje similar al de las elecciones de Chaco donde fue a votar cerca del 52% de los electores registrados y al de Santa Fe con el 55,6%.
Estos datos hablan del momento de la salud de la democracia representativa argentina, un fenómeno que podríamos resumir bajo el concepto de crisis de representación política, pero que amerita ahondar en la cuestión. Salvando las distancias, navegamos en las mismas aguas que en el año 2001, con la acumulación de un malestar de décadas que amenaza con hacer tambalear al sistema político en su conjunto.
Desde hace unos años crece la valoración negativa sobre la política, el desprestigio de los liderazgos y el deterioro de las instituciones. Estos son los lugares comunes dentro de los focus groups, en los que el promedio de participantes afirma que la política no habla ni se ocupa de las problemáticas reales de la población.
En este contexto se explica la fuga de votos que afectó a todos los partidos y que sólo beneficia a La Libertad Avanza que creció unos módicos 120 mil votos respecto de la elección pasada. Una sangría que secó al PRO que de 895 mil votos en 2023 alcanzó apenas los 261 mil votos en estas legislativas. Esto se explica en parte por el desmembramiento del PRO, que perdió a propios y aliados en el último año. Pero además debe comprenderse en el marco de la aparición de liderazgos dentro del mismo espectro político e ideológico que cuestionan los republicanismos o derechas tradicionales
La crisis del Pro no puede dejar de entenderse en el marco de la crisis de los republicanismos y las derechas tradicionales. Porque hasta aquí queda claro que ambas fuerzas comparten ideas, funcionarios y hasta un programa de gobierno. Es en todo caso la vehemencia del discurso y el tinte extremista lo que los diferencia. Un fenómeno de época, que comparten muchos países de occidente, Donald Trump terminó fagocitando al republicanismo, la aparición de Jair Bolsonaro por fuera de la derecha brasileña o la emergencia de Alternativa para Alemania, que se convirtió en poco tiempo en el primer bloque opositor en el Bundestag.
Otro capítulo merece la elección del peronismo porteño encabezada por Leandro Santoro, un candidato de origen radical. Aunque su desempeño estuvo por debajo de las expectativas que se habían generado, pero por encima del desempeño del peronismo en las últimas intermedias que había sido de 21% en 2013 y 2017 y de 25,06% en 2021. El peronismo que tenía en juego la renovación de 8 bancas ganó 10, y triunfó en 7 comunas.
Estos resultados no son una noticia tan mala en el marco de lo que viene siendo un año electoral catastrófico para el peronismo. Sin embargo, es evidente que este análisis no se condice con el clima derrotista que se transmitió en el búnker de Santoro. Tal vez por exceso de fe en los datos que arrojaban las consultoras.
Por Nancy Monzón y Leopoldo Santucho
Directores de la Consultora Inteligencia Colectiva